El sector primario ha cambiado mucho en las últimas décadas. No sólo ha reducido su peso en la economía de nuestro país, sino que también se ha profesionalizado. Sigue habiendo pequeños agricultores, ganaderos y pescadores, pero ahora hay una mayor concentración de la propiedad. Incluso los pequeños productores se agrupan en cooperativas con el fin de optimizar la gestión. Y la productividad ha pasado a un primer plano, puesto que los márgenes son cada vez más estrechos. Esto ha dado lugar a una serie de empresas tecnológicas especializadas en mejorar la productividad del sector agrario. Estas son unas pautas para crear una empresa en este sector.

Innovación y especialización

La única manera de mejorar esa productividad es mediante la innovación. Este sector tiene la ventaja de que todavía no está muy tecnologizado, por lo que hay un amplio terreno para la aparición de nuevos productos y servicios que ayuden a mejorar el rendimiento. Ahí es donde surgen oportunidades de negocio como las que vemos en este reportaje: uso de drones y avionetas o big data para vigilar y mejorar las condiciones de los campos, utilización de fungicidas biológicos contra enfermedades de los cultivos, desarrollo de tecnología de inseminación animal, investigación de nuevos cultivos y suministro de productos y servicios para los agricultores, etc.

Además de la innovación, otro elemento común de casi todos los ejemplos que veremos aquí es la especialización. Se trata de empresas que han apostado por una actividad o un producto muy concreto, convirtiéndose en especialistas y auténticos referentes en su ámbito.

Vallas en el campo

Los negocios vinculados a la modernización del sector primario tienen un interesante horizonte, pero también se encuentran con algunos obstáculos que dificultan su crecimiento o consolidación.

Un sector conservador. El argrícila es un mercado muy conservador. Un cliente de Jaén, por ejemplo, es casi imposible que contrate nuevos servicios en condiciones normales. A marcas como John Deere y Syngenta las conocen desde hace 25 años, por lo que es difícil quitarles una porción del mercado. Tienes que estar cerca y generar confianza. Y luego, que el boca a boca haga el resto.

Difícil acceso a inversión. Hace años el mercado de la agricultura no les parecía suficientemente atractivo a los inversores. Poco a poco, ha ido cambiando esa mentalidad. Ahora, hay algunas startups estadounidenses que han tenido éxito en Estados Unido y parece que los inversores prestan más atención a la agricultura. Captar fondos ha sido uno de los principales problemas. En Europa, conseguir inversores que apuesten por biotecnología para el sector agrario es difícil, ya que prefieren que su dinero vaya al ámbito sanitario. Hay pocos fondos especializados en España y en Europa, mientras que en EE UU hay más especialización.

Lentitud en la autorización. La pesadez institucional de la Unión Europea o de España afecta a la agilidad. La biotecnología es lenta. Cuando te pones a desarrollar un producto, tardas años en saber si podrás sacarlo adelante o no llegarás. Igualmente, el problema del registro es mucho mayor en Europa que en EE UU, donde el proceso es más corto. Por ejemplo, en EEUU, una vez que se demuestra que el producto es inocuo para la salud y el medio ambiente, importa poco si va mejor o peor que otros productos. El mercado lo regula: si funciona, se venderá. En Europa hay que hacer ensayos de eficacia y eso alarga los plazos de obtención de registro. Además, cuestan mucho dinero.

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